Las funciones terapéuticas de la risa | Por: @linternista
Todos queremos creer que una buena carcajada realmente es la mejor medicina, aunque la evidencia no es determinante. Sin embargo, varios estudios indican que reírse puede reducir la producción de la hormona del estrés, cortisol, y disminuir la tensión en el corazón. Además, baja el nivel de azúcar en la sangre (lo que es bueno para los diabéticos), promueve el flujo de sangre y estimula el sistema inmune.
La idea de que la risa es terapéutica fue popularizada por Norman Cousins en un artículo publicado en 1976 por la revista The New England Journal of Medicine, que luego se expandió como un libro.
Según un estudio un minuto de risa equivale a 10 minutos en una máquina de remar, en términos de ejercicio cardiovascular. Como resultado, cada vez es más común el uso de la terapia de la risa, particularmente con niños.
Nuestra habilidad de reír probablemente es anterior a la de hablar por cientos de miles de años. Además, no es algo que se aprende: personas que son tanto sordas como ciegas también ríen. Los gelotólogos (quienes estudian la risa) señalan que no se trata tanto de una expresión sino que la intención de la risa es provocar sentimientos positivos en los demás, lo que promueve la sensación de cohesión en los grupos. Eso puede habernos ayudado a sobrevivir como especie.
En hospitales y clínicas se ha probado por ejemplo que la visita de un payaso antes de una cirugía es muy efectiva para reducir la ansiedad.
Margaret Stuber, catedrática de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento en la Universidad de California UCLA, hizo experimentos en los que grupos de niños metían las manos en agua helada y encontró que si estaban mirando videos chistosos toleraban mejor el dolor y calificaban la experiencia como «menos desagradable». Además, tenían niveles más bajos de la hormona del estrés.
Diferencia entre hombres y mujeres
Robert Proine, neurobiólogo del comportamiento de la Universidad de Maryland, EE.UU., estudia los patrones de risa de femeninos y masculinos «en el mundo silvestre», haciendo safaris urbanos a centros comerciales y sindicatos estudiantiles, y ha documentado 1.200 «episodios de risa».
Concluye: las mujeres ríen más que los hombres y que ambos sexos se ríen más de lo que hacen los hombres que de lo que hacen las mujeres.
Provine señala que «evidencia multicultural limitada indica que los hombres son los principales productores de humor y las mujeres las principales productoras de risa». Esas diferencias ya están presentes para cuando empezamos a hacer chistes por primera vez, que ocurre más o menos a la edad de 6 años.
Provine observó que las mujeres se ríen mucho más a menudo que los hombres con los que están hablando. «Al charlar, las mujeres ríen más, sin importar cuál sea su audiencia. Los hombres son más quisquillosos: se ríen más cuando conversan con sus amigos que cuando la audiencia es femenina». Notó también que quienes hablan se ríen 46% más que quienes escuchan, y que la gente se ríe alrededor de 30 veces más cuando está acompañada que cuando está sola. Esto respalda la teoría de que la función primaria de la risa es social.
Risa incontrolable
La falta de control del impulso de la risa puede ser perjudicial, por el riesgo de que dispare ataques de asma, incontinencia o de que contribuya a desarrollar hernias y úlceras. Tanto los romanos como los chinos usaban las cosquillas como tortura. Los primeros se especializaban en una práctica particularmente desagradable conocida como «lengua de cabra», en la que los pies suspendidos de la víctima eran cubiertos con sal para que las cabras se los lamieran.
En 1962, en el distrito Bukoba de Tanzania, se desató una epidemia de risa espontánea entre los niños que obligó a clausurar temporalmente 14 escuelas. Los familiares y amigos se contagiaron: cuanto más cercana era la relación, más probable era que se «infectaran».
La risa espontánea se origina en la parte más antigua de nuestro tronco del encéfalo, lo que significa que no podemos controlarla conscientemente.
Nunca reirse
La palabra «agelástico» significa «sin risa», y se deriva del griego gelos (risa). Entre los agelastos conocidos está Isaac Newton, quien supuestamente sólo se rió una vez en su vida, cuando alguien le preguntó de qué servía estudiar a Euclides.
En esa lista de poco risueños también están el líder soviético José Stalin; el autor de «Los viajes de Gulliver», Jonathan Swift; el cuatro veces primer ministro británico W.E. Gladstone; y el filósofo holandés Baruch Spinoza, de quien se dice que sólo se reía cuando observaba arañas batiéndose a muerte.
Ríase, si no hace bien tampoco hace daño.
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Fuente: BBC Mundo.
Daniel Ricardo Hernández @danielricardoh
Comunicador Social