El riesgo de cubrir turbulencias emocionales comiendo compulsivamente | Por: @linternista
¿Cuántas veces comemos en respuesta a nuestra vida emocional? ¿Nos damos cuenta la cantidad de veces que comemos sin sentir hambre de verdad verdad?
Desafortunadamente los humanos de este siglo estamos habituándonos a comer en respuesta a señales y estímulos externos (tentaciones visuales, propagandas, olor a comida rica, probar las últimas galletitas de moda, o simplemente porque nos dicen que es la hora de comer), en lugar de responder al propio registro interno de la necesidad real de energía. Así lo está demostrando la actual epidemia de obesidad.
El estómago es el único órgano de nuestro cuerpo especializado en indicarnos cuándo estamos necesitando combustible (glucosa y demás nutrientes), ya que es el único órgano a través del cual se nos trasmite la sensación de hambre verdadero.
Podemos experimentarlo de diferentes formas. Algunas personas lo sienten como un vacío. Otras dicen que sienten unas “burbujitas flotando en la panza”. Otras sienten que el estómago “hace ruido”. Algunas dicen que les duele la cabeza. En este último caso, el dolor de cabeza aparece cuando hace tiempo que sentimos hambre.
En otras palabras, cuando sentimos hambre la sentimos a través del estómago. Ningún otro órgano en la anatomía humana tiene la capacidad de decirnos cuándo necesitamos comer. Nuestro estómago, junto con el cerebro, forman un finísimo mecanismo que es el encargado de hacernos saber cuándo debemos alimentarnos.
Señales que se esfuman
Cuando durante años vamos ignorando las señales enviadas por nuestro estómago, la sensación de hambre poco a poco se va perdiendo. Después de desoír nuestro cuerpo y de no prestarle atención por cierto tiempo, incluso la sensación del hambre verdadera se esfuma.
Quedamos entonces presos de la confusión, al punto de encontrar cada vez más personas que no pueden reconocer cuándo, cómo y ni siquiera dónde se siente en el cuerpo la sensación de hambre. No saben tampoco cuándo alimentarse. Y es por eso que comen todo el tiempo, tentados por la enormidad de estímulos que llegan del entorno.
Reconocer la sensación de hambre es el primer paso en la etapa de recuperación de un desorden con la comida. En cualquier edad que esté ocurriendo, chicos o grandes.
Cuando empezamos a darnos cuenta y a reconocer que lo que estamos sintiendo no es hambre real, podemos inferir que lo que sentimos es, probablemente hambre emocional.
Esta distinción es extremadamente importante de hacer. Es, sin lugar a dudas, el primer paso hacia la liberación. Muchas veces se come en exceso o en forma compulsiva porque respondemos a un hambre que no es corporal ni física o biológica, sino emocional.
Aprender a identificar esas señales
Pero ¿cómo saber cuál hambre es corporal, biológica o fisiológica, y cuál es de origen psicológico y emocional? La respuesta es simple. Para saber qué tipo de hambre estamos experimentando debemos reconocer como hambre sólo a aquella que es fisiológica-biológica y corporal, a la que es localizable en el estómago. A la otra, a la psicológica, debemos llamarla “ganas de comer”. Entender estas dos distinciones nos ayuda a diferenciarlas.
Cuando llamamos “hambre” a una sensación que no lo es en realidad, sólo se confunde y entorpece el proceso de clarificar qué pertenece al estómago y qué a las emociones, o al simple hecho de pasar el rato degustando algo rico, sin necesariamente estar con hambre. Decir “tengo ganas de comer” es diferente a decir “necesito comer”. Es una sutileza a explorar.
Si la sensación que tenemos se localiza en cualquier otro lugar de nuestra anatomía (garganta, boca y fosas nasales) debemos decirnos a nosotros mismos –con la mayor compasión- que sin duda “algo” nos está pasando. Hay algo que hace que tenemos que “empezar a saber”: cuando sentimos ganas de comer –pero no hambre- lo que experimentamos en realidad son sentimientos e ideas que no podemos poner en palabras.
Es por ello que los traducimos en “quiero comer”. Esos sentimientos e ideas necesitan nuestra atención urgente e inmediata. Atención emocional, no de comida. Tener hambre psicológica, o sea, querer comer cuando no tenemos hambre física, es una indicación de que “algo” nos está pasando; probablemente, algo que duele o por lo menos que molesta.
La psicóloga argentina Irene Celcer lo explica de manera exacta: “Así como no pondríamos un pedazo de torta de crema, chocolate o limón sobre una herida abierta, así no debemos aplicar comida a nuestras heridas emocionales. Así como curaríamos nuestras lastimaduras corporales limpiándolas, y luego vendándolas, así debemos hacer con nuestras lastimaduras emocionales. Debemos curarlas. Aplicarles comida en forma de atracón es un remedio poco exitoso, o exitoso sólo a corto plazo.”
Cuantas más veces comemos en respuesta a nuestra vida emocional, más limitamos la amplitud de nuestra capacidad de respuesta. Nos convertimos en “discapacitados emocionales” porque quedamos presos en un circuito repetitivo que no nos aporta nada más que dolor y sufrimiento.
En concreto, para sentir hambre debemos dejar pasar suficientemente tiempo entre una ingesta y la siguiente (3-4 horas máximo) asegurando así que el estómago se vacíe lo suficiente como para mandarnos señales de hambre. Este paso es condición sine qua non para dejar de comer compulsivamente.
Fuente: Clarin.
Daniel Ricardo Hernández @danielricardoh
Comunicador Social