Masticar bien los alimentos y evitar picotear después de cenar son claves para perder peso y prevenir la obesidad | Por: @linternista
Según muestra un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Kyushu en Fukuoka (Japón), hay una manera muy sencilla para forzar al cuerpo a que se desprenda de los kilos que tenemos de más, tan solo tenemos tomarnos nuestro tiempo para comer –que no quitarnos nuestras comidas de encima.
El exceso de peso, tal y como han mostrado infinidad de estudios, es muy perjudicial para la salud. Tal es así que con objeto de poder disfrutar de una vida larga y saludable, es absolutamente crucial que no acumulemos demasiados kilos de más. Y una vez ganados, que los perdamos, no resulta nada fácil. Y es que no todas las personas disponen de tiempo o voluntad para hacer ejercicio o ponerse a dieta. Todo ello sin olvidar que las dietas no siempre funcionan. Y no porque las hagamos mal, sino porque el cuerpo siempre se resiste a perder la grasa acumulada.
Como explica Haruhisa Fukuda, director de esta investigación publicada en la revista «BMJ Open», «los cambios en los hábitos alimenticios pueden afectar a la obesidad, el índice de masa corporal (IMC) y el perímetro de cadera. Así, las intervenciones dirigidas a disminuir la velocidad con la que se come pueden resultar efectivas a la hora de prevenir la obesidad y sus riesgos asociados para la salud».
La digestión comienza al masticar
En el estudio, los autores siguieron la evolución de cerca de 60.000 adultos diagnosticados de diabetes que se sometieron a exámenes médicos periódicos entre los años 2008 y 2013 para evaluar, entre otros muchos parámetros, su IMC y su perímetro de cadera. Y cada vez que uno de los participantes acudía a su médico para someterse a estos exámenes, era preguntado sobre sus hábitos de vida, muy especialmente sobre aquellos relacionados con su alimentación, su calidad de sueño y su consumo de tabaco y alcohol.
Concretamente, los autores se centraron en los hábitos alimenticios de los participantes: velocidad a la que comían –rápida, normal o lenta–; veces que se saltaban el desayuno; ocasiones en las que ‘picoteaban’ tras haber cenado; y veces en las que se iban a dormir sin que hubieran transcurrido dos horas desde que habían terminado de cenar.
Los resultados mostraron que, en el momento de inicio de la investigación, 22.070 participantes ‘devoraban’ con ansia su comida –o lo que es lo mismo, comían muy rápido–; 33.455 comían a una velocidad considerada ‘normal’; y 4.192 masticaban despacio cada bocado. Y esta velocidad en la ingesta, ¿tuvo algún efecto sobre el IMC? Pues sí, y muy notable. De hecho, y comparados con aquellos que devoraban la comida, los participantes que comían a un ritmo normal tuvieron una probabilidad un 29% inferior de ser obesos. Una disminución del riesgo de obesidad que, en caso de una lenta deglución, se elevó hasta un 42%. Es más; si bien la reducción en el perímetro de cadera fue, en general, mínima al cabo de los años, resultó más significativa en aquellos que comían despacio que en los que lo hacían de forma acelerada.
Pero aún hay más. Junto con el consumo de alcohol y el tabaco, el irse a la dormir dentro de las dos horas posteriores a haber cenado se asocio con notables modificaciones en el IMC. Concretamente, acostarse tres veces a la semana sin que hubieran pasado dos horas desde la cena aumentó, y mucho, el riesgo de obesidad. Un efecto negativo en el que, obviamente, también se incluyó el picoteo tras la cena –que podría considerarse en sí la ‘última cena’ y que dificulta que la digestión llegue a concluirse antes de meterse en la cama–. Y llegados a este punto, ¿qué pasó con aquellos que se saltaban el desayuno? Pues que contrariamente a como han demostrado otros muchos estudios, no tuvo ninguna influencia sobre el IMC.
Insaciables y saciados
Y esta velocidad de masticado, ¿por qué tiene tanta influencia sobre el peso corporal? Pues la verdad es que no se sabe. Y es que dado que se trata de un estudio de tipo observacional, no se pueden extraer conclusiones. Sin embargo, es muy posible que, tal y como sucede con la evolución de la tolerancia a la glucosa y la resistencia a la insulina observada en el estudio, tenga que ver con la sensación de ‘llenado’.
Como concluyen los autores, «comer rápido se asoció con un deterioro en la tolerancia a la glucosa y con el desarrollo de resistencia a la insulina. Esto probablemente ocurre porque las personas que comen rápido tardan más tiempo en sentirse saciadas. Una sensación de llenado que se alcanzaría más rápidamente en los comedores más lentos, lo que ayudaría a frenar su consumo de calorías».
Fuente: abc.es