Consumir alcohol en la preadolescencia provoca alteraciones psicológicas | Por: @linternista
Según revela un estudio en el que participa la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de Santiago de Compostela, el inicio del consumo de alcohol entre los once y los trece años se relaciona con un mayor riesgo de sufrir alteraciones psicológicas en el futuro.
El estudio, realizado sobre una muestra de 3.696 estudiantes universitarios de dieciocho años, reveló que empezar a beber alcohol a una edad temprana se asocia concretamente con un aumento de los síntomas psicopatológicos, es decir, de indicios que apuntan a la posibilidad de padecer una alteración psicológica en el futuro. Además, como síntomas frecuentes se observó malestar corporal, hostilidad y agresividad.
«La presencia de estos indicios no significa necesariamente la existencia del trastorno clínico, pero sí se puede interpretar como una susceptibilidad a padecerlo», explica Luis Miguel García Moreno, investigador del departamento de Psicobiología de la UCM y coautor del trabajo, publicado en ‘Psicothema’. Los científicos tuvieron en cuenta nueve dominios psicopatológicos: ansiedad, depresión, obsesión-compulsión, fobia, hostilidad, ideación paranoide, sensibilidad interpersonal, psicoticismo y somatización.
Chicos y chicas
El estudio revela que empezar a beber alcohol entre los once y los trece años aumenta el riesgo de experimentar síntomas de malestar en comparación con aquellos cuyo inicio se sitúa a partir de los dieciséis años. El síntoma más frecuente registrado por los adolescentes fue la somatización, que implica experimentar sensaciones de malestar corporal relacionadas, sobre todo, con dolores musculares, alteraciones respiratorias y gastrointestinales.
Otros síntomas comunes fueron la hostilidad y la agresividad, lo que conlleva una mayor propensión a manifestar ideas o comportamientos violentos hacia otros o hacia sí mismos. Mientras, del trabajo se desprenden diferencias en función del género. «Las mujeres mostraron signos de ansiedad y depresión, mientras que los hombres reflejaron un cierto grado psicoticismo», compara García Moreno. En general, ellas registraron valores más altos de los indicadores lo que, según el psicólogo, puede indicar una mayor vulnerabilidad de las adolescentes a los efectos del alcohol.
Los autores subrayan que, al tratarse de un estudio transversal -es decir, en un único momento del desarrollo de los participantes- no se puede establecer una causa-efecto entre el consumo de alcohol y padecer los síntomas. Solo se demuestra que existe una relación. «No podemos afirmar qué es primero, si el consumo produce los síntomas o ciertos síntomas predisponen al consumo», recalca García Moreno.
En estos momentos, el equipo trabaja en prevenir la ingesta de alcohol de forma más personalizada en función de las características personales de cada adolescente. Para ello, están tratando de averiguar qué es lo que les impulsa al consumo abusivo.
Dos años de consumo
Parte del equipo, junto con investigadores del Centro de Tecnología Biomédica CTB (Madrid) y la Universidad de Minho (Portugal), ha participado en otro estudio, publicado hace unos días en ‘Scientific Reports’, con el que han descubierto que existen alteraciones funcionales en el cerebro de jóvenes bebedores después de un seguimiento de dos años. Los científicos, que el año pasado comprobaron cómo las borracheras ocasionales alteran los circuitos cerebrales de los adolescentes, han ido un paso más allá al analizar, con magnetoencefalografías (MEG) cómo ha evolucionado la conectividad cerebral en adolescentes en función de si son bebedores o no.
Para ello, evaluaron a treinta y nueve estudiantes, veintidós no consumidores u ocasionales y diecisiete que practicaban consumo intensivo de alcohol (beber grandes cantidades en poco tiempo), durante un periodo de seguimiento de dos años. «Hemos descubierto una diferente configuración funcional de diversos circuitos cerebrales según sean consumidores o no, la cual se ha ido incrementando con el paso del tiempo en los bebedores», resume García Moreno.
Los circuitos implicados forman parte de la denominada red neuronal por defecto (DMN por sus siglas inglés), compuesta por regiones cerebrales activas cuando la mente está en reposo. El precúneo, el cíngulo anterior y posterior, el córtex medio prefrontal y córtex inferior parietal son algunas de estas zonas, que mostraron alteraciones en los cerebros de jóvenes cuyo patrón de consumo se mantuvo durante dos años.
Fuente: larazon.es