¿Conoce usted lo que hay detrás de las expresiones de miedo? | Por: @linternista
Imagínese caminando por una calle oscura y solitaria cuando, de repente, en una esquina alguien salta frente a usted. El corazón se quiere salir de su pecho, la respiración se agita, su garganta se seca. Intenta correr pero queda petrificado.
Nada que hacer, usted es presa del miedo, esa emoción imprescindible para la supervivencia, que por sus características y porque nadie se escapa de sentirlo, vale la pena conocer de manera íntima.
El miedo es una emoción primaria, desagradable, provocada por un estímulo innato o adquirido que desencadena una respuesta en el organismo relacionada con mecanismos propios del estrés.
El equipaje humano viene dotado de miedos que se llaman endógenos y a los que se responde naturalmente sin que medie ningún aprendizaje. Entre ellos están temores a la oscuridad, la muerte, el dolor, la enfermedad y el peligro inminente.
Pero la mayoría de los miedos se adquieren en un proceso de condicionamiento. En otras palabras, es un estímulo que se asocia con algo negativo y produce respuestas involuntarias e incontrolables en el organismo.
Esos estímulos pueden ser producto de la experiencia de cada persona (miedo a una calle porque allí se tuvo una mala experiencia). También se puede sentir pánico a algo, sin haber tenido contacto previo con eso, porque otros se lo han contado (como miedo a las serpientes).
El origen
Los estímulos negativos activan el sistema del miedo, que es una organización de estructuras que ponen el cuerpo en estado de ansiedad y lo preparan para luchar, huir o quedar inmóvil. Todo empieza por los sentidos: un ruido, un olor, el contacto, una imagen, un sabor, la única condición es que el organismo lo perciba como peligroso. La información llega al tálamo, que es una central que, de un lado, le informa a la corteza cerebral que algo está pasando y, de otro, le comunica a la amígdala cerebral que se encargue del asunto.
La amígdala, ubicada en la profundidad de los lóbulos temporales, recibe información que entra por los sentidos y busca en ella señales de peligro. Si la encuentra, instantáneamente, le ordena a todo el organismo que se ponga alerta y se defienda.
Los mensajes llegan a la amígdala por dos vías: una que tiene de por medio a la corteza cerebral y almacena de manera lógica las cosas aprendidas que pueden ser dañinas. Por ejemplo, el fuego, la oscuridad y las arañas.
La amígdala también recibe información que viene del tálamo (sin pasar por la corteza), es decir, no es lógica ni relacionada con la memoria, y se interpreta como peligrosa, incluso antes de conocer el estímulo. Como cuando se escucha por sorpresa una voz y se reacciona con un grito o un salto, sin caer en cuenta de que es una persona conocida.
También la amígdala reconstruye emociones que se produjeron la primera vez que se tuvo contacto con el elemento miedoso y puede echarlas a andar con solo mencionarlo. Eso se llama memoria emocional.
Hay que saber que las reacciones que tiene el organismo cuando se enfrenta al miedo son producidas por la activación de dos sistemas involuntarios e inconscientes: el nervioso autónomo y el hormonal. Desde el grito leve hasta el desmayo son culpa de estos. El primero libera catecolaminas (adrenalina) y prepara el cuerpo para luchar; el segundo, activa la producción de sustancias como el cortisol, que facilita comportamientos miedosos y potencia la acción de la adrenalina. Estrés total.
El corazón rápido, junto con la palidez, la dilatación de la pupila y la tensión arterial alta son producto de la orden que da la amígdala al hipotálamo de activar la vía simpática y preparar el cuerpo para luchar.
Así fluye más sangre al cerebro y menos a la piel (palidez). Los ojos deben ver más lejos. Cuando el susto es grande, la amígdala puede activar un sistema de defensa interno a través del parasimpático y le ordena al núcleo del vago (el nervio de las vísceras) que evacue la vejiga y el intestino (produciendo ganas de orinar y cólicos). También baja la frecuencia al corazón. Esto puede terminar en desmayo.
Como el cuerpo necesita más oxígeno, la amígdala le ordena al núcleo parabraquial, que acelere la respiración. A veces es tanto que produce dificultad y la gente se siente ahogada.
El tronco cerebral hace que el miedoso se concentre solo en eso. No se puede pensar en otra cosa.
Para huir del peligro, los músculos deben reaccionar de inmediato y reciben más sangre y neurotransmisores (por eso hay brincos y temblores). Esto se logra a través de los núcleos reticulares y el tallo cerebral.
Proceso complicado
Hay menos dolor, los nervios de la cara producen gestos de miedo y toda la amígdala (que es la mamá de las emociones) responde por alaridos, groserías, silencio o llanto, frente al miedo, según la historia o la cultura de cada persona.
Muchas historias demuestran que las personas con miedo se olvidan de sus dolores o no los experimentan en el momento del suceso. La sustancia gris central periacueductal (que reduce el dolor excesivo) hace que disminuya la sensación dolorosa y estimula la producción de endorfinas (sustancias similares a la morfina que bloquean los estímulos negativos).
Aunque parece lógico que con el susto venga cara de miedo, eso no es tan fácil. Se logra cuando los nervios trigémino y facial, que responden por la sensibilidad y el movimiento de la cara, respectivamente, se confabulan con la amígdala para sacar de la memoria los movimientos, las expresiones que caracterizan a la gente con pánico.
Fuente: El Tiempo.
Daniel Ricardo Hernández @danielricardoh
Comunicador Social