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El impacto clínico del colesterol bueno depende del equilibrio entre sus acciones pro y antiinflamatorias | Por: @linternista

Subir los niveles de las lipoproteínas de alta densidad –o HDL, según las siglas en inglés– no tienen ningún beneficio y no contrarresta el riesgo de enfermedad cardiovascular, mientras que por el contrario, tener unos niveles elevados de LDL, las lipoproteínas de baja densidad, aumenta, y mucho, el riesgo de enfermedad cardiovascular. Y esto, ¿por qué ocurre? Pues investigadores de la Universidad de Maastricht (Países Bajos) podrían haber hallado, por fin, la razón.

Las HDL son un grupo de proteínas capaces de retirar el colesterol de las paredes de los vasos sanguíneos y llevarlo al hígado para su degradación, previniendo así el desarrollo de las placas de ateroma que dan lugar a la aterosclerosis. De ahí que el binomio c-HDL –el resultado de la unión entre el colesterol y las HDL– se conozca como ‘colesterol bueno’. Pero también hay un ‘colesterol malo’: el c-LDL, formado por la unión del colesterol y las LDL. Y es que si bien las LDL tienen por misión transportar el colesterol a través de la sangre, lo depositan en las paredes de las arterias –originando la aterosclerosis– cuando su cantidad es excesiva.

Como explica Marjo Donners, directora de esta investigación publicada en la revista «Cell Metabolism», «el mensaje principal que deriva de nuestro estudio es que las funciones de las HDL no son tan simples como pensábamos y parecen depender de una forma crítica del tejido y del tipo de célula en los que las llevan a cabo. Y al final, su impacto clínico viene determinado por el equilibrio entre sus acciones pro y antiinflamatorias».

¿Terapias antimicrobianas?

Multitud de estudios han demostrado que las HDL protegen frente al desarrollo de la aterosclerosis al retirar el colesterol de las arterias y las venas y, así, inhibir el proceso inflamatorio en dos tipos de células muy importantes de las paredes de los vasos sanguíneos: las células endoteliales y las células del músculo liso. El problema es que este beneficio, tal y como sugieren los numerosos ensayos clínicos realizados en los últimos años, parece no tener ningún efecto real sobre la salud y el riesgo cardiovascular.

En el nuevo estudio, los autores utilizaron un modelo animal –ratones– en el que elevaron los niveles de HDL. Y lo que observaron es que estas lipoproteínas aumentaron, y mucho, la respuesta inflamatoria de los macrófagos, esto es, las células especializadas del sistema inmune que se encargan de la fagocitosis de los ‘cuerpos extraños’ y los microorganismos invasores. De hecho, los macrófagos extraídos de los animales con altos niveles de HDL mostraban claros signos de inflamación.

En consecuencia, las HDL protegen frente a la aterosclerosis al retirar el colesterol y reducir la inflamación en células endoteliales y células musculares lisas de la pared de los vasos sanguíneos, y promueven la aterosclerosis al incrementar la respuesta inflamatoria de los macrófagos. Dos efectos contrapuestos que parecen anular cualquier beneficio sobre la salud cardiovascular.

Y por lo que respecta a su efecto sobre los macrófagos, ¿por qué lo hacen? Pues, simple y llanamente, para aumentar la protección frente a los patógenos. Y es que si bien los macrófagos fueron muy eficaces a la hora de eliminar las bacterias invasoras presentes en los animales con altos niveles de HDL, aquellos ratones con bajos niveles de estas lipoproteínas se vieron condenados a sufrir infecciones respiratorias.

Como indica Marjo Donners, «nuestros hallazgos sugieren que los pacientes con infecciones persistentes o trastornos inmunes específicos podrían beneficiarse de las terapias para elevar las HDL».

Efectos contrapuestos

Es más; los macrófagos también podrían ayudar a eliminar la placa de ateroma en los estadios iniciales de la aterosclerosis. Pero una vez la enfermedad va avanzando, su efecto sería contraproducente y totalmente nocivo.

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Como refiere la directora de la investigación, «por ejemplo, y en la aterosclerosis temprana, la respuesta adecuada de los macrófagos podría dar lugar a una eliminación más efectiva de los lípidos y restos celulares, lo que aliviaría la enfermedad. Pero en las fases más avanzadas, la respuesta sería exagerada y podría tener un efecto perjudicial porque desestabilizaría la placa».

En definitiva, hacen falta más estudios para desarrollar terapias dirigidas con HDL que actúen sobre unos tipos de células y eviten otras –como los macrófagos, para así eliminar todo efecto indeseado.

Como concluye Marjo Donners, «las futuras investigaciones tendrán que evaluar el delicado equilibrio de los efectos de las HDL sobre los distintos tipos de células humanas y sobre distintas patologías para, así, poder desarrollar estrategias terapéuticas más eficaces».

Fuente: abc.es



Comité editorial medicinapreventiva.info

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